EL DÍNAMO

Única solución, eco-constitución

Por: José Antonio Valenzuela

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Hoy parecen recuerdos distantes los tiempos en que el debate ambiental versaba sobre una “eco-constitución” y sobre el decrecimiento. Donde lentamente se iban consagrando como texto constitucional la confiscación de los derechos de agua existentes y se declaraba a la naturaleza como sujeto de derechos. Por el contrario, hoy somos testigos de una tímida pero incipiente contra-revolución, donde la urgencia de la adaptación al cambio climático y la preocupante y progresiva reducción de la biodiversidad parecen cosas del pasado. En el Chile post octubre el crecimiento y la inversión parecieran ser los únicos lemas, sin contrapesos, sin matices.

La verdad es que no debe ser ni lo uno, ni lo otro. Hay una tensión entre crecimiento y medio ambiente, qué duda cabe. También es imposible negar que tradicionalmente el desarrollo y la generación de riquezas ganó la pulseada en ese conflicto. Sin embargo, todos podríamos acordar que la vuelta de mano de ciertos sectores ambientalistas viene muchas veces “pasada de rosca”, qué mejor ejemplo que la Convención Constitucional y sus “eco-constituyentes”, protagonistas de funas públicas, con lecturas ante un micrófono de los nombres de aquellos que no votaban como este grupo esperaba.

La verdad es que en el caso de nuestro país las reacciones desmedidas de lado y lado parecen muchas veces importadas de otros lugares donde la tensión entre inversión y naturaleza sí es brutal. En países petroleros como Arabia Saudita, Rusia o Estados Unidos, esa tensión es insoslayable; en países dependientes de energías convencionales para calentar sus hogares, como varios países europeos, ocurre lo mismo; para qué hablar de países ganaderos como Brasil o Argentina.

En Chile, sin embargo, la situación es distinta. En nuestro territorio puede existir una tensión, pero debiese ser infinitamente más fácil de superar. Esto pues las principales medidas de adaptación al cambio climático son al mismo tiempo una oportunidad de crecimiento económico y generación de riqueza para Chile.

Si la transición energética exige descarbonización, Chile se está transformando en una potencia en energías renovables como la solar y la eólica, a la que pronto podría sumarse el hidrógeno y el amoniaco verde. A eso hay que agregar la alta demanda de cobre que tienen los paneles solares y las plantas aerogeneradoras. Si el transporte es de las industrias más contaminantes, el tránsito a la electromovilidad y sus motores eléctricos requerirán toneladas de litio, mineral del que Chile tiene las mayores reservas del mundo y donde somos uno de los productores que menos contamina en el proceso.

Finalmente, en un mundo que cada vez requerirá mayor proteína animal para alimentarse, la protección de la biodiversidad hará necesario reducir la dependencia alimenticia de la ganadería, y por sobre todo del vacuno. Bueno, Chile es el segundo productor mundial de salmones, y una potencia acuícola a nivel global, alimentos que usan porcentajes ínfimos de las hectáreas que ocupan las industrias del vacuno, el cerdo y el pollo y que han generado esta pérdida progresiva de biodiversidad.

Lo que describo aquí es asombroso: en los tres sectores más contaminantes del mundo, los más desafiados por el cambio climático, Chile puede ofrecer alternativas que reduzcan emisiones y protejan la biodiversidad. Pero para aprovechar la oportunidad tenemos que dejar de importar conflictos extranjeros y acordar un relato común, no es tan difícil. Quienes minimizan la causa climática bien podrían abrir los ojos ante la oportunidad que esto representa, y si no es de forma genuina al menos plegarse al relato por conveniencia. Quienes combaten todo nuevo proyecto basado en nuestros recursos naturales, valdría la pena que entiendan que la transición exige reemplazo de tecnologías y prácticas antiguas por nuevas, y eso requiere inversión, no basta con pura buena voluntad. Básicamente, la única solución no es una “eco-constitución”, es dejar de pelear batallas ajenas y ponernos a trabajar como país.

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