El Dínamo

Entender a Chile, entendiendo a Milei

Por: Juan Francisco Galli

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Hace unas semanas, en un intercambio de columnas, el abogado argentino Alberto Ades le respondió a Lucía Santa Cruz haciéndole ver que la discusión entre liberales clásicos y libertarios que ella plantea es una ilusión en su país. Como él dice, la posibilidad de equilibrar libertad económica con justicia y orden institucional no sería más que una utopía en la Argentina actual. En su opinión los “gradualismos, las soluciones elegantes o la moderación”, serían “lujos reservados a sistemas que aún funcionan”, mientras que países como Argentina deben primero que todo superar la crisis que atraviesan.

El ejemplo de Argentina es útil para entender si en Chile estamos en una situación similar, lo que según Ades necesariamente llevaría a que “el radicalismo deje de ser un exceso ideológico y pase a ser una necesidad táctica”, la “confrontación” pase a ser el único modo de conducción política, y “tensar” la legalidad institucional se vuelva un camino necesario.

¿Llegó Chile a tal punto de crisis que estamos en una situación similar que la argentina?

Creemos que no. Chile no está en la situación que estaba Argentina con los Kirchner, ni en la que se encontraba El Salvador antes de Bukele ni en la de Cuba o de Venezuela. La democracia chilena ha sido puesta a prueba en el último tiempo con un estallido social que nos dividió profundamente, una pandemia que resultó altamente polarizante y dos procesos constitucionales fracasados. Nuestra institucionalidad —política, económica y social— resistió la embestida, pero reflejó también sus importantes debilidades.

Pero Chile tampoco está para un debate público electoral carente de ambición, inspirado en una mal entendida moderación, ni para propuestas voluntaristas o medidas efectistas. Quizás la única forma de evitar acercarnos a esos estados fallidos y revitalizar nuestra democracia e institucionalidad es actuar ya. Como bien lo dice Ades, es necesario desafiar el statu quo e instalar en el debate las transformaciones ambiciosas que hemos evadido por mucho tiempo.

Sabemos que nuestro fragmentado sistema político ha sido incapaz de construir acuerdos de calidad en torno a esas transformaciones, en un contexto de derrota frente a la información falsa o sesgada de las redes sociales. Sabemos que nuestro Estado no está dando el ancho; con funcionarios públicos, muchos con roles relevantes en las estructuras reguladoras y habilitadoras, que se rigen por un estatuto totalmente obsoleto que premia la inercia antes que la adaptación y el mérito. Sabemos que nuestra economía está paralizada, en parte por nuestra incapacidad para asumirnos un país rico en recursos naturales que son más necesarios que nunca para el desarrollo de Chile y para combatir el cambio climático global. Con un sistema de permisos y de protección del medio ambiente que no equilibra bien desarrollo con sostenibilidad. Sabemos que la capacidad para generar empleo formal se sigue debilitando, por evadir la necesidad de bajar los costos de contratación y flexibilizar el rígido marco laboral. Finalmente, también sabemos que nuestra educación ha sido incapaz de adaptarse a los desafíos del siglo XXI, mientras seguimos preocupados de quién es dueño de los inmuebles, o quién es el sostenedor, en vez de convocar a las mejores instituciones educacionales, independiente de su tipología.

Desde Pivotes, hemos empujado algunas de estas transformaciones, pero se necesitan muchas más voluntades para que no nos venza la inercia y para desafiar a las candidaturas a que estas campañas se traten de ellas. Probablemente ese sea el camino para evitar que surjan liderazgos que, como lo describe Ades, más que anomalías que perturban el orden, sean la consecuencia final de un orden ya definitivamente quebrado.

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