El Catalejo de Galileo

Realidad y percepción

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*Pedro Villarino es miembro de Pivotes y académico de Faro UDD


El pasado jueves se dio a conocer el Primer Estudio Nacional de Polarizaciones, realizado conjuntamente por la Corporación 3xi y la empresa Criteria. El estudio, que encuestó a tres mil personas y comprendió ocho meses de trabajo, se refiere a las percepciones y representaciones: es decir, cómo las personas o grupos se comprenden distinto.
Los resultados cobran gran relevancia de cara a la coyuntura del país por dos razones: mientras abordan aquellas temáticas que suscitan altos grados de polarización, entregan también un sondeo en torno a la brecha que se cierne entre lo que un determinado grupo piensa sobre el otro. Es lo que se denomina polarización subjetiva: la sobrestimación o subestimación que un grupo realiza de las posiciones políticas de otro grupo frente a un determinado tema.

Una primera mirada permite aseverar que a nivel político (realidad), la izquierda y la derecha no están tan polarizadas como se piensa que lo están (percepción) en torno a temáticas contingentes. Por ejemplo, al preguntársele a los encuestados si se deben eliminar las restricciones de ingreso de inmigrantes al país, un 26% de izquierda dijo que sí versus un 30% de derecha (5% de polarización objetiva). Otro caso: en materia de derechos sociales, cuando se preguntó si la educación y la salud debían ser provistos principalmente por el Estado, un 77% de quienes se definen de derecha y un 92% del grupo de izquierda dijeron estar de acuerdo.

in embargo, el estudio explora una segunda dimensión: la denominada percepción subjetiva, es decir, la visión que tiene la izquierda de lo que piensa la derecha (y viceversa). Y acá existe una brecha mayor: de acuerdo a las respuestas, en la mayoría de los casos la gente de izquierda cree que la gente de derecha es más de derecha de lo que realmente es. En cambio, la derecha subestima las posiciones de izquierda: piensa por lo general que la izquierda no es tan de izquierda.
Una pregunta ejemplifica este escenario. Al consultarse si el aborto debe ser prohibido (no admitido bajo ninguna causal), un 13% de izquierda y un 44% de derecha declararon estar a favor (31% de polarización objetiva). Pero cuando se le preguntó a la gente de izquierda cuánta gente de derecha creía que estaba de acuerdo con eso, respondieron que un 75%, mientras que los de derecha dijeron que creían que un 44% de izquierda lo apoyaba. En ambos casos, casi 30 puntos de diferencia en la percepción subjetiva.

Algo similar ocurre cuando se consulta si las personas deben poder acceder libremente a armas para su defensa personal. El 44% de quienes se definen de derecha apoyan esta afirmación, pero quienes son de izquierda afirman creer que ese porcentaje llega al 71% (27 puntos de diferencia en la percepción subjetiva). Al frente, el 81% de quienes son de izquierda afirma que los pueblos indígenas deben tener sus propios territorios, pero las personas de derecha creen que en la izquierda ese apoyo es 15 puntos más bajo (66%).

¿Qué se puede concluir de todo esto? Ante todo, los datos dejan constancia del nivel de desconocimiento que se tiene del otro, lo que nos lleva a relacionamos con personas de distinto tinte político en función de la opinión que se le atribuye a ese otro, y no a partir de lo que realmente es. Así, la brecha no se da tanto porque se piense distinto, sino más por lo que pensamos que piensa el otro. Esto permitiría explicar, hasta cierto punto, las caricaturas y prejuicios que -de ambos lados- se han ido consolidando y arraigando en el debate público.

No debe extrañar, por ende, la dificultad que ha supuesto en los últimos cinco años alcanzar acuerdos políticos y sociales. Así, difícilmente se logrará trazar un horizonte compartido y de largo aliento para Chile. De hecho, datos como los presentados por este estudio ponen de relieve la creciente polarización (objetiva y subjetiva) en Chile y el mundo, lo que hace más necesario innovaciones en el Estado que traten de evitar que esa polarización penetre en la administración pública a través de su excesiva politización.

Con todo, cabría preguntarnos qué estamos haciendo y cómo nos estamos comunicando para que nos perciban de una manera distinta de cómo nos representamos a nosotros mismos. Quizás quepa, después de todo, dejar de erigir nuestra realidad sobre percepciones y construirla más bien sobre la escucha atenta del otro.

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