El Mercurio

Nueva energía

o la inercia de siempre

Por: Bernardo Larraín

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El resultado electoral abrió un nuevo ciclo político en Chile. No solo la ciudadanía parece haber dejado atrás definitivamente el impulso refundacional como respuesta a las crisis, sino que también manifestó un reproche a esa timidez disfrazada de una mal entendida moderación para acometer ciertas reformas imperativas, pero siempre postergadas. Ambas rutas —la refundacional y la inmovilista— parecen haber quedado atrás.

La ciudadanía abrió espacio a nuevas fuerzas políticas y a un ánimo distinto, más exigente y más crítico a la vez. Lo que parece emerger es una nueva fisonomía de la esfera pública, marcada por dos rasgos claros. Primero, una demanda por cambios decididos para enfrentar las urgencias cotidianas que golpean la vida de millones de personas. Y segundo, una necesidad igualmente profunda de orden institucional y estabilidad, porque los chilenos saben que sin instituciones que funcionen, ningún cambio perdura.

Las crisis que enfrenta el país explican esta doble demanda. Hoy, las tomas parecen un mecanismo más eficaz para acceder a vivienda que las vías formales del Estado. Mientras el empleo formal lleva más de una década estancado, a muchas personas solo les queda optar por una precaria informalidad. El empleo público aumenta bajo la figura transitoria de la «contrata», por donde se cuela más militancia que servicio. Demasiados proyectos de inversión dependen de activismos o intereses particulares, más que de resoluciones técnicas y oportunas de la institucionalidad.

Los overoles blancos se pasean impunes por algunos liceos emblemáticos. Algunos denuncian que el crimen organizado llegó antes que el Estado a reconstruir Viña del Mar tras los incendios. Y el Estado, simplemente, no puede entrar a Temucuicui para censar; por nombrar algunas de las manifestaciones de crisis más paradigmáticas.

Esta fragilidad no es solo chilena. Como advirtió Robert Kagan, el orden de la democracia liberal «es un jardín siempre asediado por la jungla». Como respuesta, vemos cómo ganan adeptos modelos autoritarios como los de Rusia y China, instituciones independientes de la democracia son capturadas políticamente en países como Hungría o México, y una institucionalidad europea desconectada en Bruselas o Estrasburgo parece más interesada en sobrerregular que en habilitar.

En ese contexto, Chile tiene la oportunidad de mostrar un camino distinto, donde en la llamada agenda de los primeros 100 días, gobierno y parlamento avancen en paralelo y con decisión en una doble ruta.

La de enfrentar las urgencias que la ciudadanía vive día a día: seguridad en los barrios, tiempos de espera en salud y oportunidades de empleo formal. No hacerlo, o hacerlo tarde, o a medias, es prolongar el deterioro y profundizar el desencanto.

Y simultáneamente acometer las reformas institucionales y regulatorias —audaces, pero bien hechas— que permitan que esos cambios se sostengan en el tiempo: un nuevo régimen de empleo público, una modernización del sistema político, una reingeniería de la institucionalidad medioambiental, y renovados marcos regulatorios educacionales, laborales y tributarios que habiliten crecimiento, innovación y movilidad social.

Las urgencias y las reformas son dos caras de una misma moneda. Las primeras sin las segundas serán de corta duración. Las segundas sin las primeras colmarán la paciencia ciudadana. En otras palabras, sin cambios rápidos no hay gobernabilidad, pero sin reformas institucionales no hay futuro.

El riesgo del nuevo ciclo político es evidente: que la energía con que llegan los nuevos liderazgos políticos termine atrapada en la inercia que durante años ha postergado estos cambios. Que se confunda urgencia con ansiedad, o estabilidad con inmovilismo. O que los incentivos de corto plazo y la comodidad los lleve a administrar la misma estructura institucional que hoy limita nuestra capacidad de respuesta.

El nuevo ciclo político no será definido por las fuerzas que lo inauguraron, sino por la disposición de sus líderes para romper la inercia. Si lo logran, Chile podrá abrir un camino propio en un mundo que oscila entre el autoritarismo, la captura y la parálisis burocrática. Si no, será un ciclo más, desperdiciado en explicaciones.

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