El País

La nueva política:

farándula, oportunismo e individualismo

Vivimos en un mundo sin intermediarios, donde cada caudillo le habla directamente a sus votantes a través de sus celulares y sus redes sociales

Por: Juan Francisco Galli

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Farándula. La presencia de personas famosas en el Congreso no es nueva, ni en Chile ni en el mundo. El mismo Volodímir Zelensky saltó desde la televisión a la presidencia, luego de protagonizar una serie en la que interpretaba precisamente al presidente de Ucrania, y antes de él estuvo Reagan. En Chile y el mundo destacados políticos han hecho una gran labor sin experiencia política previa. Sin embargo, siendo la política un oficio más que una profesión, que se aprende con el tiempo con errores y aciertos, esta debería ser la excepción y se está transformando en la regla. En las listas para las elecciones parlamentarias de este año, abundan celebridades como deportistas, influencers, rostros de televisión, e incluso una candidata fue hasta hace poco parte de un reality show.

Oportunismo. La idea de la militancia como un compromiso duradero, basada en convicciones ideológicas compartidas se ha venido desvaneciendo. Hoy cada vez más políticos cambian su domicilio y convicciones como quien se cambia de vestuario. Un diputado demócrata, dos veces electo por la DC, pasó de un día para el otro de férreo opositor a candidato de una coalición oficialista. Jorge Sharp, quien en su momento impugnara al entonces diputado Boric por “amarillo”, no tuvo problema en ser comparsa del diputado Jaime Mulet, ex demócrata cristiano, en las primarias del oficialismo. En la oposición la dinámica es parecida.

Con la calculadora en mano decenas de ex autoridades de Chile Vamos han desembarcado en el Partido Republicano. En Chile Vamos, los que eran UDI compiten por RN, los RN con chapa Evópoli y estos últimos también van a la UDI, moviéndose como en las “sillitas musicales”. Muy partidos socios serán pero, en teoría, deberían haber diferencias de fondo entre los tres proyectos que integran la coalición, sino sinceremos la realidad y que se constituya un solo partido. Sino, la imagen que queda es que el cupo manda.

Individualismo. Los liderazgos de los partidos, en general, ya no piensan en lógica colectiva, más bien predomina el interés particular. Los partidos políticos nunca han sido instituciones homogéneas y monocromáticas, en su interior conviven diferencias de fondo o estratégicas. Hoy eso está desapareciendo, los líderes que pierden la hegemonía interna renuncian y fundan su propio partido. Todos prefieren ser cabezas de ratón que colas de león. Son los egos y no la ideología lo que explica esta tendencia permanente a la fragmentación. 24 partidos políticos competirán en estas elecciones parlamentarias, y seguramente serán más los que veremos en el próximo lustro. Partidos y política pequeña para desafíos descomunalmente grandes.

Nada de esto es casual. Estamos ante dinámicas provocadas por malas reglas e incentivos. Es cierto que también existen factores externos, y que son de difícil solución. Vivimos en un mundo sin intermediarios, donde cada caudillo le habla directamente a sus votantes a través de sus celulares y sus redes sociales. Esto genera una tendencia a la farandulización, oportunismo e individualismo de sus protagonistas. Pero hay países que han decidido acelerar ese proceso: Chile parece ser uno de ellos.

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Las reformas políticas implementadas hace una década han exacerbado todos estos fenómenos. El actual sistema electoral generó distritos enormes, en los que se eligen hasta 8 diputados. Varios de estos distritos corresponden a la mitad de una región. En los países donde esto funciona bien, los diputados son líderes locales de moderado conocimiento. Aquellos más talentosos y que hacen un buen trabajo van adquiriendo prestigio regional o nacional. En Chile es casi imposible ser electo sin ser conocido. Distritos de esas magnitudes prácticamente obligan a los partidos a buscar rostros. El trabajo metódico y de largo plazo no tiene premio, y los programas de televisión de farándula disfrazados de política son los que rinden.

Lo anterior genera caudillos y no ideas. El diputado es dueño de sus votos, la “marca” del partido se debilita mientras que la del candidato se fortalece. Si a eso agregamos el escasísimo poder que tiene un presidente de partido para disciplinar a un díscolo, entonces la conclusión es obvia: el que es disciplinado pasa por gil. Un último factor contribuye a esta tormenta perfecta: la amenaza de la disolución. Aquellos partidos que no superen un mínimo de votos o escaños deben desaparecer, entonces las colectividades amenazadas salen a “comprar” esos votos de los que depende su subsistencia. Y los pagan caros. El precio es aceptar candidatos oportunistas, con los que saben que en el futuro no podrán contar.

Todos estos problemas se retroalimentan y potencian mutuamente, en un gran círculo vicioso de poca disciplina, poca cohesión ideológica y mucho personalismo. Si a eso agregamos que las últimas reformas electorales redujeron los umbrales para constituir nuevos partidos y que a estos se les entregó un financiamiento electoral del Estado, el resultado es evidente: el número de formaciones crece como la mala hierba.

Hoy nuestra política es farandulera, oportunista e individualista. Todas estas características repercuten en la calidad del debate, donde las soluciones emocionales, simples y populistas se toman la agenda y restan espacio a reformas estructurales. En un país donde la política funciona mal y es poco considerada por la ciudadanía, las instituciones funcionan mal. Los problemas no se solucionan, la desconfianza campea, el abuso y la mediocridad, cuando no la corrupción y la decadencia, se transforman en la nueva normalidad. Todavía no llegamos ahí, pero los síntomas están a la vista y no parece haber un cambio de rumbo. Lo bueno: el consenso en el diagnóstico es cada vez más generalizado, y la ciudadanía ha tomado conciencia de la necesidad de reforma. Lo malo: quienes deberán implementarla son cada vez más faranduleros, oportunistas e individualistas.

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