La Tercera

18 de octubre:

¿De la autoflagelación a la autocomplacencia?

Por: Juan Francisco Galli

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A seis años del 18 de octubre de 2019, es una buena oportunidad para hacer un balance de lo que se avanzó o retrocedió en los desafíos que tiene Chile hacia adelante.
En los meses previos a la crisis, coexistían dos diagnósticos totalmente opuestos. Aquellos que veían en Chile una excepción en el contexto latinoamericano. La región sufría graves crisis económicas y estaba pasando por momentos de alta convulsión política. La rareza de nuestro país se explicaba por la solidez de nuestras instituciones, la seriedad de nuestra política y un cierto consenso de la dirección de nuestro progreso. Chile podía mostrar importantes logros en superación de la pobreza, índices de salud y cobertura educacional.
Pero había también un diagnóstico antagónico. Se decía que nuestra sociedad era profundamente desigual, el desarrollo se había logrado a costa de los más pobres, y los avances de Chile eran consecuencia de la destrucción del medio ambiente y el extractivismo de los recursos naturales.
Lo que vino después lo conocemos. La segunda postura pareció imponerse, al menos temporalmente, y se utilizó como argumento para desatar una violencia inusitada. A continuación, a través del debate constitucional, se pretendió refundar Chile desde sus cimientos. Todo resultó, sin embargo, en un sonado fracaso. El desprecio de la política y su reemplazo por los movimientos sociales, con prioridades que no coincidían con la ciudadanía como la plurinacionalidad, el decrecimiento y la exclusividad estatal en la provisión de bienes públicos, generaron un rechazo mayoritario. Para el segundo proceso constituyente ya nadie tenía ni la fuerza ni el entusiasmo para intentar cambios razonables, y el statu quo se impuso.
A seis años, el gobierno encabezado por quienes fueron protagonistas del diagnóstico autoflagelante está terminando, y en los hechos ha concluido reconociendo que su mirada era errada. “Chile no se cae a pedazos” es hoy la consigna, y en Enade escuchamos a un ministro de Hacienda profundamente autocomplaciente. Es cierto, Chile sigue siendo un país del que estar orgullosos, sin embargo, hay desafíos urgentes de los que hacernos cargo: el Estado y la política hoy no están cumpliendo su rol; la economía está estancada y los chilenos no progresan; y la educación, luego de múltiples reformas, sigue sin entregar capacidades para enfrentar el futuro. Desafíos que no admiten autocomplacencia, sino que audacia.
Los contenidos de esas transformaciones los conocemos. Por ejemplo, el debate sobre el gasto público hoy hace urgente un nuevo sistema de empleo público que atraiga y mantenga a los mejores, los evalúe y los incentive a ser más eficaces en su rol hacia los ciudadanos. Algo parecido sucede con la economía: sabemos que la evaluación de los riesgos o impactos ambientales de los proyectos de inversión requiere una reingeniería profunda. Y en educación es mandatorio volver a priorizar la educación preescolar y escolar, con un marco regulatorio que, adaptándose a los cambios demográficos y migratorios, habilite mayor dinamismo en la oferta educacional pública y privada para proveer educación de calidad.
El balance es sin duda negativo, pero las lecciones pueden llevarnos a hacer los cambios institucionales necesarios para sacar a Chile de este statu quo forzado. Sin ellos, las medidas propuestas por candidatas y candidatos serán de corta duración o derechamente ineficaces. Chile no resiste otro ciclo político que siga postergando estas reformas que sabemos necesarias.

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